Hasegawa Tohaku (1539-1610)

sábado, 27 de abril de 2013

Arte de hablar solo

 
En esta entrada me tomo la libertad de recomendarles dos libros. El primero, “Poesía en la Canción Popular Latinoamericana”, un lúcido ensayo, escrito con fino sentido del humor, por el poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo. El segundo, un libro de poesía, "La realidad y el deseo", de Luis Cernuda.

El ágil ensayo de Agudelo, publicado en la valiosa Colección Sonora de Editorial Pre-Textos, recorre con meticulosa atención la historia y la estética de la canción popular latinoamericana, especialmente tangos y boleros. Damos en él con un precioso cancionero, repleto de datos singulares de cada canción o de sus autores, y con los vasos comunicantes entre la poesía a ser llamada culta, escrita para ser leída en soledad, y la poesía popular de las canciones que multiplicaron las radios de transistores. Sin prejuicio o dogmatismo alguno, a través de ejemplos concretos, conocidos por todos, Agudelo da con “el destello, el verso deslumbrante, la aguja entre el pajar” (1), achicando el recorrido entre la biblioteca y la radiodifusión.  
  
Agudelo nació en Santa Rosa de Osos, Colombia, en 1947; hoy vive en Bogotá.

Especialmente didáctica es la sección en la que Agudelo se aboca a los recursos retóricos del bolero y del tango: repetición, enumeración, juegos de preguntas y respuestas, entre otras marcas registradas de la canción popular, que describe y ejemplifica profusamente. Entre estas herramientas de la persuasión a las que recurre el poeta, Agudelo menciona el uso habitual de un recurso retórico sumamente eficaz: la afición de entablar conversación con las cosas. A esta manía de hablarle a los objetos Agudelo la llama, y también la llamaremos aquí: animismo delirante.

Pueden encontrarse los ejemplos más diversos de esta particular forma expresiva. En “Vereda tropical”, el mexicano Gonzalo Curiel increpa a una rambla y al mar porque la dejaron ir, como en la porteña “Caminito” en la Gabino Coria conversa con una calle. Roberto Cantoral en “El Reloj” le pide al artefacto que detenga su andar y así que nunca amanezca. El poeta de la canción le habla a la luna, le conversa al mar, tiene los más diversos amigos imaginarios.

En este afán, curioso arte de hablar solo, el poeta de la canción popular anima interlocutores de lo más intangibles, como los sentimientos incluso. Así la vanidad, la nostalgia, o la mismísima soledad, se convierten en interlocutores válidos. El productor y letrista argentino Dino Ramos, autor de maravillosas canciones como "Sabor a nada", "Soy lo prohibido", "Lo mismo que a usted", entre otras, escribió también "Hola soledad", caso severo de animismo delirante:

Hola, soledad,
no me extraña tu presencia,
casi siempre estás conmigo,
te saluda un viejo amigo,
este encuentro es uno más.
Hola soledad,
esta noche te esperaba
y aunque no te diga nada
es tan grande mi tristeza,
ya conoces mi dolor.

Y por eso hablo contigo
soledad, yo soy tu amigo,
ven que vamos a charlar.


Dino Ramos, letrista de Ramón "Palito" Ortega,
en la foto junto al cantante Raphael.

Leyendo de Luis Cernuda “La realidad y el deseo”, que reúne su imprescindible obra poética hasta 1935, y que es el segundo libro que quería aconsejarles, encontré un poema precioso, como casi todos los poemas de la antología, en la que el poeta español de la Generación del 27, al igual que Dino Ramos, echa mano del animismo delirante, arte de hablar solo, y decide conversar, también, con la soledad. Se trata de un bellísimo texto en el que el poeta narra su propia vida, paso a paso, desde su niñez bajo el yugo de un padre militar, hasta el momento en el que escribe, y en contemplación comprende que su única compañera fiel ha sido, precisamente, la soledad:
 
  
SOLILOQUIO DEL FARERO.

Como soñarte, soledad,
sino contigo misma…


De niño, entre las pobres guaridas de la tierra,
quieto en ángulo oscuro,
buscaba en ti, encendida guirnalda,
mis auroras futuras y furtivos nocturnos,
y en ti los vislumbraba,
naturales y exactos, también libres y fieles,
a semejanza mía,
a semejanza tuya, eterna soledad.


Me perdí luego por la tierra injusta
como quien busca amigos o ignorados amantes;
diverso con el mundo,
fui luz serena y anhelo desbocado,
y en la lluvia sombría o en el sol evidente
quería una verdad que a ti te traicionase,
olvidando en mi afán
cómo las alas fugitivas su propia nube crean.

Y al velarse a mis ojos
con nubes sobre nubes de otoño desbordado
la luz de aquellos días en ti misma entrevistos,
te negué por bien poco;
por menudos amores ni ciertos ni fingidos,
por quietas amistades de sillón y de gesto,
por un nombre de reducida cola en un mundo fantasma,
por los viejos placeres prohibidos
como los permitidos nauseabundos,
útiles solamente para el elegante salón susurrado,
en bocas de mentira y palabras de hielo.


Por ti me encuentro ahora el eco de la antigua persona
que yo fui,
que yo mismo manché con aquellas juveniles traiciones;
por ti me encuentro ahora, constelados hallazgos,
limpios de otro deseo,
el sol, mi dios, la noche rumorosa,
la lluvia, intimidad de siempre,
el bosque y su alentar pagano,
el mar, el mar como su nombre hermoso,
y sobre todos ellos,
cuerpo oscuro y esbelto,
te encuentro a ti, tú, soledad tan mía,
y tú me das fuerza y debilidad
como el ave cansada los brazos de la piedra.


Acodado al balcón miro insaciable el oleaje,
oigo sus oscuras imprecaciones,
contemplo sus blancas caricias;
y erguido desde cuna vigilante
soy en la noche un diamante que gira advirtiendo a los hombres,
por quienes vivo, aun cuando no los vea;
y así, lejos de ellos,
ya olvidados sus nombres, los amo en muchedumbres,
roncas y violentas como el mar, mi morada,
puras ante la espera de una revolución ardiente
o rendidas y dóciles, como el mar sabe serlo
cuando toca la hora de reposo que su fuerza conquista.

Tu, verdad solitaria,

transparente pasión, mi soledad de siempre,
eres inmenso abrazo;
el sol, el mar,
la oscuridad, la estepa,
el hombre y su deseo,
la airada muchedumbre,
¿qué son sino tu misma?

Por ti, mi soledad, los busqué un día;

en ti, mi soledad, los amo ahora.


 Generación del 27: Vicente Aleixandre, Luis Cernuda y Federico García Lorca. 


Notas:

(1) Darío Jaramillo Agudelo, Poesía en la canción popular latinoamericana. Pre-Textos: Valencia, 2008, p. 23.
(2) Luis Cernuda, La realidad y el deseo. Madrid: Castalia, 1983, p. 189.