Hasegawa Tohaku (1539-1610)

lunes, 18 de octubre de 2010

Los amigos inmerecidos: Luis Peralta Ramos

Conocí a Luis Peralta Ramos gracias a periódicas reuniones en las que tuve la buena fortuna de ir haciéndome su amigo. Quiero comenzar a honrar, aquí y ahora, el corazón bondadoso de este amigo inmerecido.




La noticia de su inesperada muerte tuvo lugar en agosto de 2009. Por afecto y sentido de Juticia con la obra de este buen escritor, quienes conocimos a Luis hemos querido comenzar a difundir lo suyo que tenemos a mano. Nos dejó muy poco, no sabemos qué hacía con sus papeles. A Luis, evidentemete, no le importaba mucho publicar, pero silenciosamente nuestro amigo escribía y escribía, se encargaba de hacer, más que hablar, y hacer, como diría el poeta, es vivir más. 



 

Dos amigas de Luis Peralta Ramos, Aitana Alberti (la hija de Rafael) e Irma Emiliozzi, en La Habana y en Buenos Aires respectivamente, presentaron, en estos días, su libro Historias, paisajes y nostalgia en Baladas y canciones del Paraná de Rafael Alberti, que aquí con autorización de Aitana e Irma reseñamos. Las imágenes de Luis fueron cedidas por una hermana suya, María Calsyn, a quien asimismo agradezco. En palabras de Irma: "formamos eslabones de una misma cadena o familia, por vocación o destino, felizmente".

Editado por el Centro Cultural Dulce María Loynaz de La Habana, Cuba, el libro se presentó primero en la primavera (cubana) de 2010, en ese centro cultural que dirige Aitana. Ella es la autora de la dedicatoria "a lo Rafael" en la edición que le regaló a Irma. 

La edición contiene ilustraciones de Rafael Alberti tomadas de la "Balada de la bicicleta con alas" (Manugrafiada por el autor; Strenna per gli amici, di Paolo Franci, 300 ejemplares fuera de comercio, Milán 1968) y tres paisajes en tinta china de la Quinta del Mayor Loco, 1953.)
El 12 de agosto de 2010, en la Sociedad Argentina de Escritores de Buenos Aires, Irma Emiliozzi realizó un homenaje a
Rafael Alberti y María Teresa León con motivo de cumplirse 70 Años de su llegada a Buenos Aires. Y la oportunidad sirvó para presentar aquí este libro de Luis Peralta Ramos. 

Irma nos recuerda que "Rafael y María Teresa (no María Teresa y Rafael, porque así lo hubiera preferido ella misma) llegaron a Buenos Aires hace 70 años, iniciando un largo exilio que duró nada menos que 23 calendarios. Llegaron el 2 de marzo de 1940, a bordo del Mendoza que había zarpado de Marsella: iban rumbo a Chile, pero aquí los detuvieron los amigos y las oportunidades laborales. Y partieron hacia Roma el 28 de mayo de 1963. Fueron 23 años rioplatenses en los que refundaron su familia, con la llegada de Aitana, y luego con el arribo de Gonzalo de Sebastián, el hijo mayor de María Teresa. Y años en los que consolidaron algunas amistades antiguas- no olvidemos que ya estaban aquí otros exiliados, Gori Muñoz y Maricarmen, Manuel Ángeles Ortiz, etc, y otros conocidos argentinos-, a la par que forjaron nuevas y duraderas relaciones de vida y de trabajo." 

Para una síntesis de los 23 años de los Alberti León en nuestro suelo, Irma Emiliozzi realiza un recorrido por las casas que habitaron, "y que dejaron honda huella en sus obras". De Buenos Aires, la casa de "la calle Las Heras 3783, 'la calle sombreada por los árboles más hermosos del mundo' como escribió María Teresa, que fue la primera 'casa' de los Alberti en Buenos Aires, la del encantador jardín, con rosas y estrellas federales, donde Rafael regresa a la pintura; y la última, el departamento del noveno piso de Pueyrredón y Azcuénaga, con la vista- la proa- ya decididamente enfilada al río o a la otra orilla." Entre los más significativos paisajes, Emiliozzi destaca: "El Totoral, en las estribaciones de Córdoba, el primer gran refugio de los Alberti, aún indocumentados, propiedad de los Aráoz Alfaro, con la compañía entrañable de las hermanas María Carmen Portela y Margot Portela Parker. Enfrente, Punta del Este y La gallarda, construida por Antonio Bonet, que aún hoy se conserva intacta – y que bien recordará Annette Ugalde-; cerca de Buenos Aires, y en Castelar o en el Parque Leloir para ser más precisos, nada menos que La arboleda perdida, que frecuentaron los Rotzait, los Rapoport, los Ferrari, los Dujovne, etc."

Para acercarnos al libro de Luis Peralta Ramos, Irma Emiliozzi deja para el final la famosa Quinta del Mayor Loco, sobre las barrancas del Paraná, entre Baradero y San Pedro, donde los Alberti pasaron más de un verano de vacaciones- al menos 1953 y 1954-, y donde Rafael escribió uno de sus mejores libros, Baladas y canciones del Paraná, y María Teresa, Doña Jimena Díaz de Vivar, gran señora de todos los deberes." Esa casa, como todas las casas de los Alberti, mantuvo las puertas abiertas a sus amigos, entre ellos, a los Peralta Ramos. Y para introducirnos en la significancia literaria de la Quinta del Mayor Loco, Irma cita, primeramente, de María Teresa León, su Memoria de la melancolía:

[…] ¡Un día encontramos un río. Ese río inmóvil e incansable fue nuestro paisaje. Unos cariñosos amigos nos habían prestado su casa. La llamaba la gente la Quinta del Mayor Loco. Todo lo que la rodeaba, el barranco, los naranjales, los huertos, tenía una atracción misteriosa. Nos pegamos, conmovidos, a aquel paisaje tan nuevo. Alguien nos contó que el Mayor Loco, antiguo dueño, había sido Mayor del ejército argentino y que el loco no era él, sino su mujer. La mujer dormía ahí, exactamente donde ustedes duermen, pero el Mayor había tapiado el balconcito. Sí, señora, la dejó sin luz y ella gritaba, gritaba, pero él no la oía porque siempre andaba de caza. Un día la mujer se murió y el Mayor siguió cazando, sin oír a la gente, preguntando a los campesinos que se encontraba: ¿Dónde quiere que ponga la bala? Y mataba exactamente el pobre pájaro que le era indicado. Un día alguien vino a buscarlo, dejó la casa, se fue y no volvió. Nadie se atrevió a acercarse a la casa. Tiene ánimas, decían. Comenzaron a caerse las tejas. Nuestros amigos compraron el campo. Tiene ánimas, seguían diciendo.

La cita engarza perfectamente en el poema “Balada de la sombra del mayor loco”, el segundo poema de Baladas y canciones del Paraná de Rafael Alberti:

Por aquí soñó la sombra
del Mayor.

Era nocturna la sombra
del Mayor.

Con una espada mataba
las serpientes el Mayor.

Y por dos veces su esposa
quiso matar al Mayor.

Un rifle secreto un día
de viento inventó el Mayor.

Otro, la puerta que daba
al campo tapió el Mayor.

Y otro, desaparecía,
sombra en el viento, el Mayor.



Antes de pasar a las "páginas cautivantes" de Luis, y para presentar a ese amigo suyo entre los Alberti, Irma Emiliozzi da lectura de algunos fragmentos de “Luis Peralta Ramos: la adolescencia recobrada”, palabras con las que Aitana Alberti presentó en La Habana el libro que reseñamos:


Éramos unos niños que comenzaban apenas a descubrir el mundo. Ese mundo iniciático, asombroso, fascinante y a veces aterrador, cuyas fronteras se confunden con las del capullo que, cuando somos afortunados, la familia teje diligente a nuestro alrededor, precisamente para hacernos más llevadera la transición hacia el gran enigma de la vida adulta o, simplemente, de la vida.

Luis Peralta Ramos, "el Viejo", para usar un calificativo caro al arte universal, que como buen descendiente de hidalgos hispanos llamó como él a su primer hijo varón, fue uno de los mejores amigos de los Alberti en Buenos Aires, desde finales de los años 40 hasta nuestro traslado a Roma, en 1963. Alto, delgado, de nariz prominen­te, sonrisa cautivadora, porte elegante, conversador, cultísimo, llegó a ser padre de diez hijos...; una especie de encantador condotiero a la porteña. Para completar la estampa, Luis Peralta Ramos fue hom­bre adinerado, riqueza que gastaba a manos llenas en satisfacer su sed de conocimiento y de belleza. Tal refinamiento intelectual lo llevó a poseer una de las bibliotecas personales más importantes de Buenos Aires. En la época de larga amistad con los Alberti León, su piso, asomado al parque de Palermo, muy cercano a nuestra casa de la calle Las Heras, reflejaba la más absoluta contemporaneidad en el refinado mobiliario, mezcla de los mejores diseños de grandes arquitectos de vanguardia y de algunas escasas piezas antiguas, muy hermosas, sabiamente incorporadas al conjunto. Metros y metros de paredes aparecían cubiertos del suelo al techo con anaqueles de acero; puertas de cristal protegían incunables y todo tipo de edicio­nes únicas y raras.[…]


Allí me encontraba casi siempre con los hijos de su primer matrimonio, que vivían con su madre, Raquel Palomeque, en el barrio de Belgrano. Yo me hice muy amiga de Raquelita, la mayor, mi coetánea, pues Luis —¡sólo un año menor!— así como los tres que le seguían de cerca, María, Teresa y Carlitos, me parecían unos críos aún, y los nacidos del matrimonio con su segunda esposa, Morochita, lo eran realmente.


Cuando papá cumplió cincuenta años, Luis Peralta Ramos le hizo un regalo espléndido y singular a tal edad: una hermosa bicicle­ta morada. La "Balada de la bicicleta con alas" testimonia lo que significó para él, en la mitad de la vida, aquella veloz "Margarita bicorne de los prados. Cabra feliz de las pendientes". "Yo sé que tiene alas. /Que por las noches sueña / en alta voz la brisa / de plata de sus ruedas..."



Luis, "el Joven", andaba aún con pantalones cortos, como todos los que entonces apenas rebasaban los diez años de edad. En los inicios de la adolescencia, mi amistad con Raquelita se hizo más profunda si cabe durante el verano que pasó con nosotros en la finca que los Muñoz Azpiri nos prestaron cerca del poblado de San Pedro, provincia de Buenos Aires, sobre el río Paraná. Los dos Luises, padre e hijo, y Morochita, nos visitaron en esos días. Nunca imaginé que andando el tiempo, ese muchacho flaco de pelo lacio y palabra escasa iba a volver a la quinta del Mayor Loco […] tras las huellas de un poeta andaluz que había dejado consignado en un libro de poemas […] todo cuanto había visto, vivido y soñado en las barrancas de uno de los ríos más largos y caudalosos de América. […] Baladas y canciones del Paraná sería el libro de la pérdida de la patria, y a un tiempo, un canto a la naturaleza de la tierra que lo había acogido tan generosamente.[…]

Así llegamos a Historias, paisajes y nostalgia en Baladas y canciones del Paraná de Rafael Alberti, de Luis Peralta Ramos, el hombre que a la izquierda nos mira desde un sendero sobre el que ha caído la nieve. Irma Emiliozzi comienza entonces a leerlo, citando de un capítulo que lleva el nombre “El amigo de mi padre” estas líneas suyas:


No recuerdo exactamente cuando se conocieron. Debe haber sido unos años después de que Rafael y María Teresa llegaran al puerto de Buenos Aires, huyendo de la inminente caída de Francia en poder de los nazis. […] a poco de instalarse en Bue­nos Aires, mi padre entró en contacto con ellos y se hicieron grandes amigos. Hasta el día de 1963 cuando la familia Alberti salió para Roma.


La ciudad era otra a principios de los 40. Conservaba su presti­gio de faro cultural de América Latina, la que alojó en su seno a muchas de las personalidades más brillantes del mundo literario. El teatro Colón era la tercera sala de música del mundo, después de la Opera de París y la Scala de Milán. Los grandes intérpretes se presentaban en ella como ante uno de los públicos más exigentes del mundo. Había más tiempo que ahora y se aplicaba a mejores intereses. Los porteños se habían ganado con justicia el título de cultos y universales, las tertulias del café Tortoni eran memorables, y la vanguardia artística europea había despertado la curiosidad de los espíritus abiertos. La Argentina opulenta empezaba a mostrar cambios inevitables pero su vida intelectual era rica e intensa. Mu­cho de eso ha cambiado.

Más allá de las coincidencias espirituales —mi padre era un humanista enamorado de la literatura española de todos los tiem­pos— surgió entre Rafael Alberti y él una coincidencia personal profunda, una amistad entrañable. Yo me beneficié de esa amistad, que como casi todas las cosas heredadas, fue un regalo inmerecido. Aitana se hizo amiga de Raquelita, mi hermana mayor; los Alberti fueron una presencia de entre casa y cada una de sus visitas signi­ficaba para mí una verdadera fiesta. Refiero todo esto para que se entienda cómo, siendo un muchacho insustancial, fui a dar a ese rincón de San Pedro que ahora me empeño en rescatar del olvido.
 
En 1952, cuando Rafael iba a cumplir cincuenta años, mi padre le preguntó que quería de regalo. La repuesta fue: una bicicleta, Había querido ser pintor antes que poeta, y conservaba su primera vocación intacta. De manera que cuando podía, se escapaba a la costanera a retratar las luces, los reflejos, las velas que surcaban el río que parece el mar. Para eso quería una bicicleta. Para cargar en el pequeño portaequipajes una caja con su paleta y sus colores, e irse pedaleando hasta la orilla del Río de la Plata.

Un día del mes de diciembre, mi padre depositó en la puerta de la casa de la calle Las Heras, que entonces era mucho más linda y tenía un boulevard con grandes árboles en el medio, una bicicleta morada, de manubrio y rayos cromados, para el amigo que cumplía su primer medio siglo de vida.


En retribución Rafael dedicó a mis hermanas la conmovedora "Balada de la bicicleta con alas", que dice: "A mis cincuenta años justos tengo una bicicleta... […]


Contraportada de Historias, paisajes y nostalgia en
Baladas y canciones del Paraná de Rafael Alberti



Para no ponernos demasiado nostálgicos (entre el público hay amigos de Luis y familiares suyos) Irma Emiliozzi lee a continuación algunos de los momentos más placenteros de estos recuerdos, del título La alegría de vivir, con su epígrafe:


Y sin embargo, ¡qué alegre,
qué alegre y feliz ha sido
-y volverá a ser- mi canto!


Una botella de jerez Fino Coquinero, una lata de angulas. Tesoros traídos de España por un alma generosa, están ahí sobre la mesa de madera. Por las ventanas entra el último res­plandor del crepúsculo sudamericano. Comemos. Comemos restos fríos de un lechón que ha asado el negro Carril al mediodía, una tortilla de "patatas" preparada por María Teresa. De postre, los duraznos enormes y jugosos de las plantaciones vecinas.


Rafael se apoltrona en un sillón y enciende su pipa. Está con­tento. El aroma voluptuoso inunda la primera planta de la casa del Mayor Loco, esa que es muy alta para planta baja y demasiado baja para primer piso, la que hace las veces de comedor, sala y escrito­rio. El humo perfumado roza los libros de la biblioteca entre los que hay un volumen de poesía dedicado por el amigo que no está, Fede­rico García Lorca.


Rafael está contento. Cuenta cosas ciertas o inventadas, re­cuerda, miente con gracia. […]


Rafael miente sabiendo que los que escuchamos somos cons­cientes de su fabulación. Y nosotros, tanto adultos como jóvenes, nos deleitamos con la gracia del narrador por cuyas venas corre exuberante la sangre andaluza mezclada con la otra, la sangre mediterránea de sus abuelos italianos. […]


E1 viento trae mugidos y el poeta recuerda las dehesas, los toros bravos, los encierros de Pamplona. Repite, una vez más, la historia del borracho que quiso poner a prueba su arrojo y al mirar atrás en plena carrera, los efluvios alcohólicos le hicieron ver dos toros que lo perseguían. Perdida la compostura miró hacia adelante y vio dos balcones. Su vida dependía de la decisión que estaba a punto de tomar.

- Qué pasó entonces? - es preguntado.

- ¡Pues me colgué del balcón que no era y me cogió el toro que era!

La noche calurosa ha avanzado y las ranas cantan en el baña­do. Es una buena señal, a lo mejor llueve. La sequía de este verano en San Pedro se prolonga demasiado. Las anécdotas de Rafael toman otro rumbo.


Recuerda los últimos días de la resistencia de Madrid, cuando para mantener la moral de los sitiados se representaban obras de teatro bajo el bombardeo del ejército enemigo. No pierde el humor y asegura que ha sentido más miedo al cruzar la Avenida del Liberta­dor en Buenos Aires que durante toda la guerra civil española.


Risueño, recuerda cuando Federico García Lorca y Acario Cotapos divertían a sus amigos escenificando un simulacro de con­fesión. Federico interpretaba al penitente que arrodillado hacía rela­ción de sus culpas. Cotapos, el confesor, inquiría implacable:

-"Pero dime, hijo, hubo tocamiento? Hubo tocamiento...?"


Es imposible no evocar los grandes ausentes: Pedro Salinas, Antonio Machado, Miguel Hernández. Recita de memoria las estrofas apasionadas de sus poemas políticos, publicados por la im­prenta del 5° Regimiento en los finales desesperados de la lucha fratricida. "El Duque de Alba", "Gil Crucificado".


Mis doce años lo escuchan absortos, mi imaginación se puebla de imágenes heroicas. Los cuadros inmortales rescatados del Mu­seo del Prado para que no sufran los daños de la guerra. Una gene­ración gloriosa inmolada o condenada al exilio.


Se ha hecho tarde. Los jóvenes debemos irnos a dormir. Maña­na cruzaré a nado el Baradero porque quiero conocer la orilla del Paraná.

Rafael y mi padre se quedan abajo hablando de pintura.

 

Algunas contribuciones de la obra de nuestro amigo Luis Peralta Ramos: "la fidelidad de Baladas y canciones del Paraná a la irrealidad del paisaje, al crimen que efectivamente se cometió en la cocina de la Casa del Mayor Loco, la misma identidad del Mayor Loco, finalmente un general del ejército dado de baja por 'neurastenia'. Todo lo que parecía parte de la prodigiosa imaginación de Rafael era, en gran medida, resultado de historias verdaderas, de paisajes y situaciones que vivieron los Alberti León junto a los lugareños y a sus amigos."

Por último, oimos el poema “Balada de la bicicleta con alas” dedicado a Raquel, Carlos y María Peralta Ramos, hermanos de Luis. El poema forma parte de Baladas y canciones del Paraná, "el libro en que el poeta español rinde uno de sus más conmovedores homenajes a la nueva tierra y a sus nuevos amigos":

Yo sé que tiene alas.
Que por las noches sueña
en alta voz la brisa
de plata de sus ruedas.

Yo sé que tiene alas.
Que canta cuando vuela
dormida, abriendo al sueño
una celeste senda.

Yo sé que tiene alas.
Que volando me lleva
por prados que no acaban
y mares que no empiezan.

Yo sé que tiene alas.
Que el día que ella quiera,
los cielos de la ida
ya nunca tendrán vuelta.


Luis Peralta Ramos viajó varias veces a San Pedro, revisó archivos municipales, y hasta conversó con “Los testigos de los veranos felices”, algunos de los vecinos de la Quinta que aún están y hasta recuerdan a los Alberti. En el libro ellos aclaran o completan las historias del lugar. En cierta oportunidad lo acompañó un fotógrafo, pues el proyecto original incluía una publicación con imágenes. Ese fotógrafo estaba en la presentación del libro, y no había renunciado a finalizar ese proyecto. Las fotos llevaban versos de Rafael Alberti seleccionados por Luis sirviendo de epígrafe. Ojalá algún día lo tengamos completo.


Luis Peralta Ramos, el de las fotos, el muchachito insustancial de pantalones cortos, amante de la pesca (esa fue, según él mismo decía, su época más feliz), testigo privilegiado de los Alberti León por la amistad entre Rafael y su padre, quien nunca supo por qué Rafael había omitido dedicarle a él también la "Balada de la Bicicleta con Alas", y quien consideraba amigos inmerecidos a las amistades de su padre.




Luis Peralta Ramos
27.07.1942 - 08.08.2009.



miércoles, 13 de octubre de 2010

¿Final feliz, todo bueno?

Por el prisma de los medios de comunicación vimos a una mina derrumbarse, y a mineros quedar atrapados, vivos y enterrados, esperando su rescate. Setenta días a setecientos metros, treinta y tres sujetos esperaron, mientras en la superficie un grupo de técnicos fueron contratados por políticos que especularon.

Por supuesto que yo quería que salieran vivos, pero no podía no indignarme porque su salvación fuera un rédito para ese empresario que hoy dirige a los chilenos. Al día de hoy, varios empresarios se han volcado a la política. Triste futuro le espera a la Tierra si no recapacitamos. Platón fue claro cuando dijo que los comerciantes no debían ser políticos, fue preciso y lo suficientemente contundente, y aún así no le hicimos caso.

La televisión nos mostraba a los familiares en la superficie, y por pequeñas cámaras a los trasnochados en la roca fría con los ojos alucinados del infrarrojo. Y entretanto, los políticos urdían estrategias de campaña (porque los políticos viven en campaña, ¿lo notaron?), y se mostraban angustiados pero eficientes, preparándose para un rescate que sería transmitido en directo en varios países de Occidente.

La imagen es de Piñera, a quien no tengo el gusto de conocer pero de quien sé que presidió durante años a una empresa con políticas antisindicales, LAN Chile (ahora también en Ecuador, Perú y Argentina), y cuyos capitales se ligan con el grupo empresario que también posee Jumbo, Easy, Fallabela, entre otras grandes empresas de la derecha chilena. La imagen, decía, es de Piñera, tiene casco y masca chicle, con movimientos estudiados y con el gesto enjuto adopta deliberadamente una actitud de trabajo, de pie junto a la cápsula con tecnología de la NASA y la bandera chilena ondeando encima, la cápsula que en breve traerá a la superficie a los treinta y tres mineros que estuvieron setenta días a setecientos metros de profundidad. Y así será todo el tiempo, junto a la cápsula los técnicos y a la derecha en vivo y en directo la imagen de Piñera, mascando chicle bajo el casco blanco, cruzado de brazos o hablando con los técnicos como si estuviera midiendo, analizando variables, con inconfundible actitud de trabajo y con borceguíes terrosos en los pies, con la actitud de quien es ahí el jefe, el que manda, y entretanto, un pie suyo apoyado sobre el borde más elevado del orificio por el que descenderá la cápsula, y no cualquier bota, es precisamente la derecha la que pone sobre el agujero tubular por el que irán apareciendo los mineros en breves instantes.

Y me puse a escarbar qué era toda esa indignación, todo ese asco a Piñera, qué me pasaba en relación a esta cuestión de esos treinta y tres enterrados y el final feliz respecto del cual tenía sentimientos ambiguos. Comencé relacionando la cuestión con las primeras clases de responsabilidad penal de la facultad de Derecho: ¿qué se debería imputar, lo que se hace o lo que pasa? ¿Importa la acción o las consecuencias causales de la acción? ¿Importa haber disparado o que el disparo dé efectivamente en el blanco? En otras palabras, ¿importa el disvalor de acción o el disvalor de resultado? Si hemos de pensar que la norma penal busca, principalmente, disuadir al autor de un delito, su mandato ("no matarás", por ejemplo) sólo puede tener un efecto disuasorio hasta el momento de la tentativa acabada, que podría definirse como "el último instante en que el autor puede tomar aún una decisión de acción". (1) Dentro del iter criminis de cada caso penal, la norma puede actuar motivando la conducta en contrario mientras el autor tenga bajo su égida de poder la decisión de evitar el daño al bien jurídico protegido. Cuando el autor ha hecho tanto que no puede echarse atrás, cuando ha desatado el riesgo y ya no puede influir sobre el suceso, ya no queda nada para imputar porque la norma penal ya no tiene nada que disuadir. La relación entre norma y autor ha concluido.

Esta relación entre tentativa en el sentido de liberación de riesgos, norma y autor también puede traspolarse a las omisiones. En los delitos cometidos por omisión deben considerarse los riesgos existentes al momento (continuo) de omitir (o ir omitiendo).

El sistema político tiene implícita una teoría de la responsabilidad, que se evidencia en los votos del electorado, pensé luego. Los electores (con información perfecta) incluirían en su análisis al ir a sufragar tanto las acciones como las omisiones de los políticos. Sobre esta base apliqué las ideas de imputación penal a la situación del rescate de los mineros y la figura del mandón de la derecha, para poder así explicarme por qué la figura de Piñera me resultaba tan repulsiva.

El imputado, claro está, es Piñera, y la norma "proteger a los ciudadanos del país del cual se es presidente". Tal norma debe considerarse en aplicación desde el día en que se asume el cargo, e incluye obviamente al trabajador minero. Esa norma es independiente de la responsabilidad que le corresponde al sector empresarial.

El análisis prosigue de la siguiente manera: desde el instante en que asumió el cargo (o incluso antes, en su campaña) a la fecha del derrumbe, ¿qué acciones concretas había tomado (o dijo que iba a tomar) el Sr. Piñera en materia de minería?

Sin dudas, debió echar un vistazo al mapa minero de Chile, que constituye el 70% de su mercado interno, necesario para un país que compra gran parte de sus alimentos afuera. Muy probablemente lo tenía visto desde antes de asumir la presidencia. En cualquier caso, desde que asumió la presidencia, ¿cuántes veces pensó el Sr. Piñera en la integridad de los trabajadores mineros? Lo que sigue es obviamente mi prejuicio, pero no puedo evitar pensar en la siguiente respuesta: ninguna.

Piñera sólo pensó en los mineros después del derrumbe y sólo donde miraron las cámaras. Es por factores que no son atribuíbles a Piñera que esos tipos están vivos. Todo lo que él hizo es comportamiento posterior al hecho. Frente al delito consumado (todos los riesgos habían sido liberados respecto de ese derrumbe), más que una persona con sabiduría, Piñera demuestra únicamente ser lo suficientemente astuto como para sacar rédito de una deuda histórica de Chile, e indirectamente correr del eje al sector empresarial de rostro siempre anónimo porque la imagen continua es de Piñera, la derecha sobre el orificio por el que saldrán en instantes los trabajadores de la minería, un sector laboral de la patria chilena históricamente olvidado, y da bronca porque aunque el mandato "cuidarás a los mineros" no disuadió (en este caso, instó) a Piñera mientras tuvo tiempo de cuidar debidamente del bien jurídico protegido, será este jefecito el que se llevará los votos del rescate eficiente mientras masca chicle debajo del casco blanco y la bandera que ondea sobre la cápsula. Cuando sale el primero de los mineros, y éste lo reconoce, Piñera lo abraza. Sonríe mientras paternalmente lo abraza. Tiene cal en el rostro. Su mejor amigo ha de ser su asesor de imagen.

Esta es mi única evidencia: cuando haya terminado el rescate, al día siguiente nomás, fallecerá en otra mina otro trabajador minero; serán, con esta otra víctima de la política que sostuvo, sostiene y sostendrá Piñera, treinta y tres los mineros muertos en Chile en lo que va del 2010. Por eso da bronca el "final feliz, todo bueno", porque encierra un análisis primitivo según el cual el salvamento borra mágicamente la crueldad del empresario al poder, porque un resultado azaroso cambia la dirección de la imputación política y el circo son votos para el autor (por omisión) de otras masacres silenciosas. Si se salvan, gana el malo, ese es el dilema. Este cambio positivo en la imagen del actual presidente chileno es a la política lo que en la justicia sería dejar libre a quien tiene que estar preso.

¡Color de sangre minera

tiene el oro del patrón!

La cita es de Don Atahualpa Yupanqui. La emoción corre mientras escribo y se me viene su canción. Él sí sabía de la pena del minero, pienso. Transcribo entera la poesía suya que contiene esos versos. Quedan así rodeados de otras grandes verdades de este viejo amigo, artista en el sufrimiento del pobre.


Las preguntitas

Un día yo pregunté:
¿Abuelo, dónde esta Dios?
Mi abuelo se puso triste,
y nada me respondió.

Mi abuelo murió en los campos,
sin rezo ni confesión.
Y lo enterraron los indios
flauta de caña y tambor.

Al tiempo yo pregunté:
¿Padre, qué sabes de Dios?
Mi padre se puso serio
y nada me respondió.

Mi padre murió en la mina
sin doctor ni protección.
¡Color de sangre minera
tiene el oro del patrón!

Mi hermano vive en los montes
y no conoce una flor.
Sudor, malaria y serpiente
es la vida del leñador.

Y que naide le pregunte
si sabe dénde está Dios:
Por su casa no ha pasado
tan importante señor.

Yo canto por los caminos,
y cuando estoy en prisión,
oigo las voces del pueblo
que canta mejor que yo.

Hay un asunto en la tierra
más importante que Dios
y es que naide escupa sangre
pa’ que otro viva mejor.

¿Qué Dios vela por los pobres?
Tal vez sí, y tal vez no.
Pero es seguro que almuerza
en la mesa del patrón.



Atahualpa Yupanqui
1908-1992

Notas

(1) Sancinetti, Marcelo A. Ilícito Personal y participación. Buenos Aires: Ad-Hoc, 1997, p. 23.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Las bodas lorquianas de Gené.


El teatro queda en Moreno al 400, San Telmo, Ciudad de Buenos Aires. Allí se presenta "Bodas de Sangre" de Federico García Lorca (Un cuento para cuatro actores), de Juan Carlos Gené. Son efectivamente cuatro: Camilo Parodi, Violeta Zorrilla, Verónica Oddó y el mismo Gené, director asimismo, con escenografía y vestuario de Carlos Di Pasquo. En el programa cuya tapa obra a la izquierda leo:


"Un mito familiar. Un mito: un relato con abundancia de leyenda y abundancia, también, de verdades traspuestas, de esas que fundamentan existencias."


El mito familiar es del propio Gené, testigo de época del estreno en Buenos Aires de Bodas de Sangre, en el año 33'. Las verdades traspuestas las percibe el público a través de la hermosa propuesta teatral de Gené.

Bodas de Sangre, de García Lorca, se estrenó en Madrid y se representó luego en Barcelona, pero se convirtió en un exito recién con la puesta en escena de Lola Membrives en el Maipo, producida entonces por el marido de Membrives, Juan Rafonzo. Es tal el éxito que deciden invitar a Federico García Lorca a Buenos Aires. En septiembre, Lorca zarpa de Barcelona, y se instala en el Hotel Castelar, a metros del Teatro Avenida, donde finalmente se representaría la obra. A ese estreno asisten la madre y la tía de Gené, por entonces un niño de 5 años.

Es mito familiar porque el propio Gené confiesa no recordar nada de eso. Es una leyenda personal sobre la base de recuerdos confusos que son respetuosa, artísticamente insertados en la obra de Lorca. El cuento de Gené contiene elementos del pasado del mismo autor y actor -que entonces habla en (íntima) primera persona-, acontecimientos que rodearon el estreno de la obra y la vida y la muerte de Lorca, que relata a medida que se van representando las escenas más gravitantes de Bodas de Sangre. Entre escena y escena, Gené camina por el escenario hablando naturalmente con el público, como si se tratase de un taller de teatro, y va contando lo que sucede en la obra de Lorca mientras confiesa un aspecto íntimo de su vida.

Es un
relato dentro del relato, donde Bodas de Sangre es una ficción de segundo grado. La historia (la madre de Gené, la muerte de Lorca, etc.,), es parte de la vida misma, hechos que poseen la dimensión de lo real, pero que son en escenario una ficción de primer grado en relación al espectador. En cuanto al relato íntimo que propone Gené, que sea él mismo quien lo narra es lo que le otorga verdadera vida a la obra, pues la dota de un enorme poder dramático. Él, Gené y no otro, es él único sobreviviente de los sucesos que narra. Ni su madre ni su tía están ya para testimoniar la veracidad de sus dichos. La fuerza de la obra reside en que es el propio Gené quien, no sin cierta nostalgia, comparte con el público sus emociones. Luego, como Gené (y esta es, a mi sentir, una propuesta tácita de la obra), también el público puede experimentar (y experimenta en mi caso) las vivencias y emociones propias que se identifican con la materia narrativa. En relación a esta identificación leí, no hace mucho, una opinión de Ernesto Schoo (ya me tocará hablar aquí de mis amigos inmerecidos) según la cual "el teatro sigue teniendo a su favor el simple hecho físico de la corporeidad de los actores: seres humanos, de carne y hueso, en los que usted y yo, lector, reconocemos nuestra propia fragilidad." De manera que se produce "un pacto tácito con el espectador, quien admite que esa mentira le está revelando una verdad." (1)

A medida que Gené
cuenta la obra, reparte naipes: dos actores (el propio Gené y Parodi) y dos actrices (Oddó y Violeta Zorrilla) dan vida a todos los personajes de Lorca que aparecen en la versión de Gené. Utiliza, entonces, sólo cuatro actores para la lista mucho mayor que requiere Bodas de Sangre: Madre, Novia, Suegra, Mujer de Leonardo, Criada, Vecina, Muchachas, Leonardo (el único que tiene nombre propio), Novio, Padre de la Novia, Luna, Muerte (como mendiga), Leñadores, Mozos y Niña. Los roles los adjudica Gené hablándole directamente al público, y así Parodi es Novio y es Leonardo y también es Luna, Violeta Zorrilla es Mujer de Leonardo y es Novia y también Mendiga, Oddó es la Suegra y la Madre, Gené es el Padre de la Novia y Juan Carlos Gené, quien presenta cada escena, explica las partes de la obra que en su representación están ausentes, entremezcla la historia suya y la de Lorca, e indirectamente la de cada espectador a través de las verdades traspuestas del relato.

La obra se vuelve así una especie de taller donde el público es parte pero también testigo, observador de segundo grado, de la magia del teatro, del poder de la máscara. Tras una breve indicación de Gené, con sólo iniciarse la escena, se manifiesta en el interior del espectador el poderoso acto de transformación implícito en el hecho teatral de la personificación. En esa metamorfosis teatral Parodi es Leonardo y el Novio, u Oddó una Madre majestuosamente interpretada y a la vez la Suegra, por poner dos de los cuatro ejemplos, y todo esto sin contradicciones, pudiendo ser cada escena, en sí misma, igual de verosímil.

Como decía, la obra se Lorca se vuelve en Gené un vehículo para testimoniar un puñado de recuerdos, los momentos familiares que significaron la presentación de la obra y, años después, el brutal asesinato de Lorca. A medida que transcurre la obra de teatro, Gené va realizando intervenciones, necesarias para hacer de ambos relatos un mismo cuento. Quisiera resaltar a continuación, primeramente, algunas diferencias, sustanciales y de forma, entre la versión de Gené y la obra de Lorca, y luego concluir con algunos temas y pasajes de Bodas de Sangre.

El mismo Gené señaló públicamente los recortes que de Bodas de Sangre hace su adaptación: “el cuadro que corresponde al casamiento, que es coral y con muchísima gente, y en algunos intermedios poéticos, que son lindos –dice–, como la nana del caballo negro, presagio de muerte, pero, por lo demás, la obra está entera”. (2)

El uso de cuatro actores reduce el número de personas en escena y obliga a las primeras diferencias con la versión original. Gené reemplaza los diálagos de ciertos personajes ausentes poniendo sus dichos en bocas de otros, aquellos que sí están. Por ejemplo, el diálogo entre Madre y Vecina del Cuadro Primero, Acto I, cuando la madre se entera de que el novio anterior de la Novia del hijo es un Félix, es Leonardo (sólo los Félix tienen nombre propio, los hombres de la familia rival; los vencidos, todos muertos, no tienen río para nombrar, se extingue su apellido), ese diálogo decía, es reemplazado en Gené por otro, puesto que no hay Vecina en su puesta en escena. Como hace con la Criada que abre el Cuadro tercero del Acto I, y en vez de esa Criada es el Padre de la Novia quien a su hija pregunta si sintió anoche un caballo, a la tres, y todos sabemos que Leonardo merodea la casa. Anticipamos así la tragedia, el duelo entre dos familias ya contenida en el explícito título. La escena de Leonardo, la Novia y la Criada del Acto II, Cuadro primero, tampoco está en la adaptación de Gené.

En general no hay voces, muchachas, leñadores, criadas y convidados. Tampoco entonces está la riqueza dinámica de un mayor número de actores interactuando en escena. En el Acto II, Cuadro primero, Lorca escribe: "Pasan al fondo muchachas. Durante todo este acto, el fondo será un animado cruce de figuras.". Tampoco puede intentar Gené un sugerente momento visual de la boda, cuando conversan Novio y Novia y se lee: "(Mutis Leonardo por la derecha)."

Ni tampoco escenarios como el de Acto II, Cuadro segundo, cuya descripción encantadora dice: "Exterior de la cueva de la Novia. Entonación en blancos grises y azules fríos. Grandes chumberas. Tonos sombríos y plateados. Panorama de mesetas color barquillo, todo endurecido como paisaje de cerámica popular". En la obra de Gené la escenografía consiste en cuatro sillas en relación rectangular y una espacio al centro, detrás una mesa, cortinados, dos lugares de acceso a escena.

Antes de citar algunos pasajes de la obra de Federico García Lorca, para que sea este viejo amigo el último sonido en esta entrada, quiero detenerme en una importante diferencia de vestuario entre la Novia de Gené y la lorquiana. Como lo demuestra la foto que acompaña este párrafo, Violeta Zorrilla es una mujer joven y bonita. En escena, Gené la viste, únicamente, con una enagua negra satinada. El resultado es una mujer sensual que se desenvuelve en escenas "cargadas de sensualidad", como lo señala el mismo Lorca en una de sus notas. En la obra de Lorca la Novia también viste una enagua, pero esa prenda es blanca (ver principio del Acto II). La importante diferencia la explica el mismo Gené: en su recuerdo, la madre está echada en la cama y viste una enagua negra satinada mientras llora la noticia del abrupto fallecimiento de Lorca. El relato se carga de muerte y erotismo. A continuación, Gené desata la fuerza dramática de la última escena de Bodas de Sangre, que también tiene como materia narrativa el dolor de otra muerte, igual de trágica, para otra Madre.

Continuando con el subrayado de Bodas de Sangre, en la parte en la que todo esto es una inmensa biblioteca virtual, quisiera compartir el agudo retrato que hace Lorca del pensamiento de una mujer en una cultura machista. Siempre la voz es de la Madre:

"Tu padre sí que me llevaba. Eso es de buena casta. Sangre. Tu abuelo dejó a un hijo en cada esquina. Eso me gusta. Los hombres, hombres; el trigo, trigo."

"
Sí, yo no miré a nadie. Miré a tu padre, y cuando lo mataron miré a la pared de enfrente. Una mujer con un hombre y ya está."

"¡Y alguna hija! ¡Los varones son del viento! Tiene por fuerza que manejar armas. Las niñas no salen jamás a la calle."

"Con tu mujer procura estar cariñoso, y si la notas infautada o arisca, hazle una caricia que le produzca un poco de daño, un abrazo fuerte, un mordisco y luego un beso suave. Que ella no pueda disgutarse, pero que sienta que tú eres el macho, el amo, el que mandas. Así aprendí de tu padre. Y como no lo tienes, tengo que ser yo la que te enseñe estas fortalezas."

Recién en el diálogo entre la Novia y la Madre que antecede al telón final, y la Novia (que lo ha perdido todo) dice estar preocupada de lo que dice la Madre de su honradez, la honra de la mujer es puesta en segundo plano, y esto ante el hecho irremediable de la muerte:

"MADRE
Pero ¿qué me importa a mí tu honradez? ¿Qué me importa tu muerte? ¿Qué me importa a mí nada de nada? Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la lluvia porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar."

La muerte es otro de los temas que desde el título aborda esta tragedia lorquiana. Las citas abundan, elijo a continuación algunas, las que subrayé en las obras completas que heredé de mi padre:

"MADRE
(...) Primero, tu padre, que me olía a clavel y lo disfruté tres años escasos. (...) Mis muertos llenos de hierba, sin hablar, hechos polvo, dos hombres que eran dos geranios. (...)"

"MADRE

Pero no es así. Se tarda mucho. Por eso es tan terrible ver la sangre de una derramada por el suelo. Una fuente que corre un minuto y a nosotros nos ha costado años. Cuando yo llegué a ver a mi hijo, estaba tumbado en mitad de la calle. Me mojé las manos de sangre y me las lamí con la lengua. Porque era mía. Tú no sabes lo que es eso. En una custodia de cristal y topacio pondría yo la tierra empapada por ella."


"LEÑADOR 2°

¡Ay triste muerte!

Deja para el amor la rama verde.

LEÑADOR 1°
¡Ay muerte mala!
¡Deja para el amor la verde rama!
"

"MUCHACHA 1°

Amante sin habla. Novio carmesí. por la orilla muda tendidos los vi"

"MENDIGA (la muerte)

¡Pude pedir tus ojos! Una nube de pájaros me sigue; ¿quiéres uno? (...) Yo los vi; pronto llegan; dos torrentes quietos al fin entre las piedras grandes, dos hombres en las patas del caballo. Muertos en la hermosura de la noche
(Con delectación)

Muertos, sí, muertos.

(...)
Flores rotas los ojos, y sus dientes
dos puñados de nieve endurecida.
Los dos cayeron, y la novia vuelve
teñida en sangre falda y cabellera.

Cubiertos con dos mantas ellos vienen
sobre los hombros de los mozos altos.
Así fue; nada más. Era lo justo.
Sobre la flor del oro, sucia arena."

"MADRE

(...) ¿Y no hay nadie aquí? (
se lleva las manos a la frente) Debía contestarme mi hijo. Pero mi hijo es ya un brazado de flores. secas. Mi hijo es ya una voz oscura detrás de los montos (...) Aquí quiero estar. Y tranquila. Ya todos están muertos. (...) La tierra y yo. Mi llanto y yo. Y estas cuatro paredes. (...) ¡Tan pobre! Una mujer que no tiene un hijo siquiera que poder llevar a los labios. (...) Benditos sean los trigos, porque mis hijos están debajo de ellos; bendita sea la lluvia, porque moja la cara de los muertos. Bendito sea Dios, que nos tiende juntos para descansar."

"MUJER

Era hermoso jinete,

y ahora montón de nieve.

Corría ferias y montes

y brazos de mujeres.

Ahora, musgo de noche
le corona la frente."

"NOVIA

(...) con este cuchillo
se queden dos hombres duros

con los labios amarillos."


MADRE

Y apenas cabe en la mano,

pero penetra frío

por las carnes asombradas

y allí se para, en el sitio

donde tiembla enmarañada
la oscura raiz del grito.
"

La muerte violenta es para esa familia una desgracia particular, como un sino irremediable, un karma familiar que no lograran transformar, y allí la tragedia de la obra, esa sensación desde el inicio de que la sangre derrama es para la Madre y el Novio un destino, una estrella que titila especialmente para ellos:

"LEÑADOR 3°:
El novio los encontrará con luna o sin luna. Yo lo vi salir. Como una estrella furiosa. La cara color ceniza. Expresaba el sino de su casta."

El raconto del sino lo da el mismo Novio cuando camina con el Mozo N° 1, antes de encontrarse a la Mendiga (la Muerte):

NOVIO
Calla. Estoy seguro de encontrármelos aquí. ¿Ves este brazo? Pues no es mi brazo. Es el brazo de mi hermano y el de mi padre, y el de toda mi fmailia que está muerta. Y tiene tanto poderío, que puede arrancar un árbol de raíz si quiere. Y vamos pronto, que siento los dientes de todos los míos clavados aquí de una manera que se me hace imposible respirar tranquilo.

También se detiene la obra en la soledad y los temores de quienes quedamos vivos. Así, por ejemplo, la Madre temerosa de perder otro hijo en uno de los diálogos iniciales con el Novio, y que también anticipa la tragedia:

"MADRE

Es que me quedo sola. Ya no me quedas más que tú y siento que te vayas."

Entre los amantes, por su parte, la atracción es irrefrenable. El jinete parte a los secanos, merodea la casa de la Novia, se muestra distante o enojado con su Mujer. En un encuentro previo a la huida su declaración a la Novia es contundente:

"LEONARDO
Callar y quemarse es el castigo más grande que nos podemos echar encima. ¿De qué me sirvió a mí el orgullo y el no mirarte y el dejarte despierta noches y noches? ¡De nada! ¡Sirvió para echarme fuego encima! Porque tú crees que el tiempo cura y que las paredes tapan, y no es verdad, no es verdad. ¡Cuando las cosas llegan a los centros, no hay quien las arranque!"

Cuando ya escaparon, y los leñadores dicen (en un comentario también machjista) "ahora la estará queriendo", sigue este otro diálogo del magnetismo que hay entre Leonardo y esa Novia (de otro):

"LEONARDO
¿A la fuerza? ¿Quién bajó
primero las escaleras?

NOVIA
Yo las bajé.

LEONARDO
¿Quién le puso
al caballo bridas nuevas?

NOVIA
Yo misma. Verdad.

LEONARDO
¿Y qué manos
me calzaron las espuelas?

NOVIA
Estas manos que son tuyas,
pero que al verte quisiean
quebrar las ramas azules
y el murmullo de tus venas.
¡Te quiero! ¡Te quiero! ¡Aparta!
(...)

LEONARDO
(...)
Pero montaba a caballo
y el caballo iba a tu puerta.
Con alfileres de plata
mi sangre se puso negra,
y el sueño me fue llenando
las carnes de mala hierba.
Que yo no tengo la culpa,
que la culpa es de la tierra
y de ese olor que se te sale
de los pechos y las trenzas."


NOVIA (Sarcástica)
Llévame de feria en feria,
dolor de mujer honrada,
a que las gentes me vean
con las sábanas de boda
al aire como banderas.

LEONARDO
También yo quiero dejarte
si pienso como se piensa.
Pero voy donde tú bas.
Tú también. Da un paso. Prueba.
Clavos de luna nos funden
mi cintura y tus caderas."


Federico García Lorca
Junio 1898 - Agosto 1936


Notas:

(1) Ernesto Schóo.
"Paradojas de la tercera dimensión" en: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1301058

(2) Entrevista a Juan Carlos Gené y Verónica Oddó. "Uno inventa, aún cuando crea que está diciendo la verdad" en: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/10-18751-2010-07-28.html

martes, 7 de septiembre de 2010

Horacio Coppola y la Buenos Aires de los años 30'




Cuando veo la obra de Horacio Coppola siento ganas de salir a caminar por Buenos Aires. Ese es su pie y su zapato haciendo eso, saliendo a caminar y tomar fotos. Sale con su cámara a registrar el asombro, y nos enseña la Reina del Plata de los años 30'. Estas fotografías pertenecen a un libro de Coppola sobre Buenos Aires. Los datos biográficos los tomo de una cronología y una biografía (de Juan Manuel Bonnet) de ese mismo volumen. (1)


Horacio Coppola, compañero de "caminatas extasiadas y eternas por la infinitud de los barrios" porteños (2), nació en Buenos Aires un 31 de julio de 1906, y se crió dentro de una de las tantas familias italianas que conforman el crisol de razas tan característico de su ciudad. De pequeño siguió los pasos de su hermano Armando, y se interesó por la fotografía, por entonces con cámara de gran formato. Ingresó en la Facultad de Derecho de la UBA pero, maravillado por el cine mudo, se empeñó en ser cineasta. Mientras transcurren los años 20', Coppola se desarrolla en la fotografía fija de manera autodidacta. En 1929 preside la fundación del Cine Club de Buenos Aires, y también por entonces publica sus Siete temas de Buenos Aires, primera aparición de sus fotografías, en la revista Sur, números 4 y 5.


Las dos fotografías que acompañan este párrafo aparecieron en la primera edición del Evaristo Carriego (1930) de Jorge Luis Borges, otro incansable peatón porteño. En ese libro, el cuarto que publicaría Borges, leemos una descripción del barrio detrás de estas imágenes: "Palermo era una despreocupada pobreza. La higuera oscurecía sobre el tapial; los balconcitos de modesto destino daban a días iguales; la perdida corneta del manisero exploraba el anochecer. Sobre la humildad de las casas no era raro algún jarrón de mampostería, coronado áridamente de tunas: planta siniestra que en el dormir universal de las otras parece corresponder a una zona de pesadilla, pero que es tan sufrida realmente y vive en los terrenos más ingratos y en el aire desierto y la consideran distraídamente un adorno. Había felicidades también: el arriate del patio, el andar entonado del compadre, la balaustrada con espacios de cielo. (...) Porque Buenos Aires es hondo, y nunca, en la desilusión o el penar, me abandoné a sus calles sin recibir inesperado consuelo, ya de sentir irrealidad, ya de guitarras (...), ya de roce de vidas."



Dos imágenes de otro barrio, La Boca. Arriba: "Calle California" (1931); debajo: "La vuelta de Rocha" (1936)



Desde muy joven Coppola recorrió y fotografió a su ciudad. Se diría que buscó su personalidad, la forma de su evolución de organismo vivo. Lo hacía de día y de noche, en cualquier esquina o subido a una terraza. A finales de los 20', viaja por primera vez a Europa, y en Génova conoce a su abuela. Es para él un viaje de estudios sin embargo, en el que visita España y Francia, y en el que, estando en Alemania, adquiere su primera Leica junto a un equipo de objetivos intercambiables. Si bien Coppola utilizará a partir de ese momento cámaras Leica, con un negativo de 3 x 4 cm, no abondanará el formato medio o grande.



En 1932 vuelve a Europa con la intención de aprender de los grandes maestros. Orientado por Fritz Henzler, asiste en Berlín al Departamento de Fotografía de la Bauhaus, dirigido por Walter Peterhans, con una carpeta de trabajos que causa muy buena impresión. Allí Coppola estudiará hasta el cierre de esa escuela por orden del nacional socialismo alemán, y conocerá a su primera esposa, la también fotógrafa Grete Stern. Viaja por Viena, Budapest y Praga. Filma en 16 mm Traum, con Walter Auerbach. Colabora con Grete Stern y Hellen Auerbach en el Studio ringl + pit. En el 34 viaja a París, donde trabaja con Christian Zervos –director de Cahiers d’Art- en el libro L’Art de la Mésopotamie (fotografías del arte sumerio en el British Museum y en el Louvre). Es en este viaje que se encuentra con Faure y Le Corbusier, y retrata a Joan Miró y a Marc Chagall. Realizará también la filmación en 16 mm Les Quais de la Seine. Se casa en Londres, donde filma A Sunday in Hampstead Heath. Adquiere una Leica III, y apresura su regreso al anoticiarse de la muerte de su padre.


Arriba: "Calle Corrientes" (1936)

A su regreso de Europa filma, nuevamente en 16 mm, Así nació el obelisco, con motivo de cumplirse 400 años de la primera fundación de Buenos Aires, y publica Buenos Aires 1936 (Visión fotográfica), una edición municipal con textos de Alberto Prebisch e Ignacio Anzoátegui. También en el 36 nace su primera hija, Silvia. Ante los nuevos usos que la publicidad ofrece a la fotografía, en 1937 abre un estudio fotográfico junto a su esposa. También es junto a Grete Stern que realiza la que es considerada la primera muestra de fotografía moderna de Buenos Aires, que tuvo lugar en el ámbito de Sur, en la redacción de la calle Tucumán. También del 37 es la serie fotográfica sobre la ciudad de La Plata publicada en La Plata a su fundador.
En 1940 nace su hijo Andrés Norberto. Publica dos cuadernos: Huacos, cultura Chimú y Huacos, cultura Chancay, sus fotografías de huacos precolombinos tomadas en el 37' en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata, También manda imprimir El Sarmiento por Rodín (monografía fotográfica). En 1946 regresa a Europa, donde adquiere una cámara Linhof. En Brasil fotografía la obra de Antonio Francisco Lisboa, O’Aleijadinho, que expone en Amigos del Libro (1953) y editará bajo el título Esculturas de O’Aleijadinho (1955). Por estos años realiza su primera retrospectiva, Fotografías 1928-55, que expone en las tradicionales galerías Krayd y Gath & Chaves. En 1959 se casa con Raquel Palomeque (ver foto al pie de blog).


En los 60' comienza a experimentar con fotografía en colores. Realiza en Buenos Aires dos exposiciones, Nahuel Huapi y divertissements, en la Galería van Riel. Tras exponer en Santiago de Chile, viaja una vez más a Europa. Con Raquel Palomeque realiza varias monografías para Imagen y Palabra. En 1968 expone en el Teatro General San Martín sus Cien fotografías de Buenos Aires, y en 1969 el Museo de Arte Moderno realiza la exposición Cuarenta años de Coppola, retrospectiva que luego recorre Estados Unidos, México y Guatemala, a principios de los 70'.




Arriba: "Mateo y su victoria" (1931)


En 1975 fue desginado Profesor de Fotografía en la Escuela de Museología del Complejo Museo Histórico Nacional, Buenos Aires. Desde el 78 al 82 dictó talleres de fotografía para arquitectos en la Sociedad Central de Arquitectos, también en Buenos Aires. En 1979 expone Le Vivarais, fotos tomadas en Francia en 1935, en la Galería de la Allianza Francesa. Vuelve a viajar a Europa, y tras su encuentro con Juan Francisco Giaccobe decide escribir al menos dos libros, Viejo Buenos Adiós y De fotografía.

En 1982 recibe el Premio Konex Platino a las Artes Visuales - Disciplina Fotografía, y en 1985 el Gran Premio del Fondo Nacional de las Artes. Se crea por estos años el Grupo Imagema, y se suceden varias ediciones con obra suya, como Una lección de arquitectura. Diapositivas de la casa de Le Corbusier en La Plata (1986), e Invenciones del cubo (1989). También se editan retrospectivas de su obra a medida que Coppola expone sus fotografías en la galería Ruth Benzacar o en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, en la Manzana de las Luces en Caracas, en la Embajada Argentina de Río de Janeiro, en el Instituto Valenciano de Arte Moderno (catálogo que tuve oportunidad de ver y que lleva textos de Juan Manuel Bonnet, Josep Vicent Monzó, Marcos-Ricardo Barnatán y Ernesto Schóo) o bien en la galería Michael Hoppen de Londres, con una muestra de obras vintage que también recorrió París y Nueva York.


Av. Diagonal Roque Sáenz Peña - 1936


En 2003, Horacio Coppola fue declarado ciudadano ilustre de la Ciudad de Buenos Aires. Un año después, en 2004, falleció su esposa, Raquel Palomeque, quien aparece junto a Coppola en la fotografía de Anibal Marengo tomada en 1993 que subo junto a este párrafo. En 2006, para celebrar sus 100 años de vida, la ciudad de Buenos Aires homenajeó a Horacio Coppola con diversas exposiciones de su obra, entre ellas, la del catálogo que nos permitió este recorrido por una Buenos Aires de los 30' junto a este viejo amigo.


Notas:

(1)
Me refiero al trabajo "El siglo de Horacio Coppola", de Juan Manuel Bonnet, aparecido en Horacio Cóppola. Buenos Aires. Años treinta. (Galería Jorge Mara - La Ruche, ed., Buenos Aires, 2006). También de esa edición todas las imágenes de la entrada.

(2) Jorge Luis Borges, Evaristo Carriego. En Obras Completas. Buenos Aires: Emecé, 1974, p. 112.